El cuarenta y tres


Murió parada en la casilla, esperándolo.
Estalló en puteadas por el hartazgo después de horas. Estaba cansada, de mal humor y cagada de hambre.  Pero cuando quiso escapar ya era tarde. Sus pies, enraizados después de tanto tiempo, la confinaron a ese pedazo de suelo, al frío, la hipotermia y el olvido.
El paro de colectivos siguió de todas formas.







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