Cajoneados
Salir a buscar trabajo es un
trabajo.
Eso dicen en todos los blogs,
páginas webs, videos motivacionales de Facebook. Buscar trabajo es un trabajo. Un
trabajo por el que no te pagan y que lleva horas de caminatas interminables entregándoles
a desconocidos una escueta descripción de quienes somos y cuanto valemos en
sólo algunas páginas de un curriculum vitae que tal vez jamás sean leídas.
Es justamente ese curriculum el que
me suscita cierta incomodidad. Más allá del acostumbrado “no señorita, por el
momento no estamos tomando personal, ¿para que me lo va a dejar?” o “muchísimas
gracias pero no contratamos mujeres”, sospecho que en cada lugar al cual he
ingresado con cara resplandeciente de niña buena y una sonrisa de oreja a oreja
los empleados tienen debajo del mostrador un cajón especial. Un cajón en el que
no suelen meter mucho la mano. Un cajón que apenas abren a veces, cuando
alguien tiene la osadía de entrar a dejar un curriculum por puro descaro,
aunque no haya ningún cartel solicitándolo. Sólo entonces sonríen nerviosos y
aceptan las tres hojitas a regañadientes, como quien no quiere la cosa,
pensando que sería muchísimo mejor haber pedido licencia ese día y estar en sus
casas panza arriba mirando la tele. Y por eso te miran con los ojos vidriosos asegurándote
que apenas esté el encargado de planta o llegue el jefe se lo van a entregar. Pero
yo, que ya me había dado cuenta de esa actitud, me los quedaba mirando, no
salía del negocio hasta que abrían el
cajón debajo del mostrador con un cuidado extraordinario, y en un movimiento rápido
metían mi CV y lo cerraban de golpe. Sospechaba que si me iba antes de ese
simple acto, para evitar abrir ese cajón el empleado al que le confié mi oportunidad laboral
arrojaría mi curriculum a la basura o haría avioncitos de papel con notas guarras
para la empleada del otro pasillo o se lo llevaría a sus hijos para que
dibujaran e hicieran sobre mi foto unos hermosos bigotes y una larga barba
coronada de pecas. Y pensaba que lo hacían de mala leche, para evitar la
competencia, para conservar su puesto haciendo de cuenta que nadie más lo
requiere.
Pero después de varios meses de
salir a tirar CV sin que nadie me llamara, y presenciando una y otra vez la
misma secuencia, sospecho que esos estratégicos cajones ubicados debajo de los
mostradores en realidad guardan en su interior la boca de una especie de pequeña
Escila devora papel, amante de las panzadas de tinta. Creo firmemente que esos
cajones son distribuidos por la NASA como un negociado paralelo a todos sus chanchullos
de viajes falsos a la Luna y meteoritos que amenazan con destruir la Tierra
para generar más ganancias. Creo que en cada uno de ellos han logrado condensar
agujeros negros, ideales para el bolsillo del caballero y la cartera de la
dama, con la finalidad de eliminar fácilmente la cantidad de curriculums que
reciben los distintos comercios, bolsas de trabajo y recepcionistas de recursos
humanos en épocas de crisis u oleadas de viajeros hippies que buscan hacer
changas para vivir un par de días, conocer el lugar y seguir viajando. Es por
eso que los empleados odian recibir a los aspirantes y tener que guardar sus CV.
Porque son conscientes que un mal movimiento, un confiarse demasiado, podría
llevarlos a la catástrofe de ser succionados por el cajón de la misma forma que
las hojas de papel, perdiéndose así en la infinitud del Cosmos.
Incluso me atrevo a pensar que cada
vez que hay una huelga, un paro general, una manifestación laboral o una simple
queja salarial aquellos que osan importunar la marcha impoluta del capitalismo
son condenados al cajón. Obligados a saltar dentro de ellos para así ser
barridos de la faz de la Tierra y quitarlos del medio. Supongo que algunos
vuelven, escupidos desde vaya a saber qué dimensión paralela sin ánimos de
nada, hartos ya del papeleo y filas burocráticas. Nunca he sabido de ninguno,
pero cabe esa posibilidad. O tal vez pasen sus jornadas confinados a un rincón espacio-temporal
desconocido, obligados a organizar y archivar día a día una lluvia de
curriculums de todo el Mundo que desembocan, al igual que ellos, en ese lugar olvidado
gracias a los agujeros negros escondidos en los cajones.
Sospecho que sólo entonces, una vez
erradicada la rabia y cortada la cabeza de la huelga y el descontento, los
dueños y jefes, contentos con su inversión cajonera, dan la orden de que el
próximo indefenso que ingrese pidiendo trabajo sea contratado de inmediato como
remplazo del revoltoso.
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