Infortunada suerte
Iba
con el reproche retumbándole en su cabeza. Esa voz chillona marcaba sus
acostumbrados pasos. Cruzó todo Montecarlo hasta llegar a la lujosa entrada del
famoso casino, con el reproche siguiendolo como una estela de perfume barato,
insoportable.
Lanzó
los dados. Inundado de asombro de repente se vio agasajado por sirenas,
estruendos y guirnaldas, felicitando al nuevo millonario. Pero en una fracción
de segundos dejó de lado la alegría. No quiso cobrar nada.
Cuando
llegó a su casa ella seguía sentada en la puerta, pero esta vez no dijo nada. En
silencio entró a la casa y se encerró en el cuarto. Un quiebre tan abrupto en
la monotonía de perder siempre y las rutinarias peleas matrimoniales por su
juego compulsivo, su vicio sustancioso, vital, lo llevó a la cuerda y el suicidio. Ganar había sido demasiado para él y no pensaba compartir con
semejante bruja tanta suerte junta.
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