Luna nueva


Aburrida, sedienta, fue tragando una a una las luciérnagas, llenando sus fauces de luz por un instante antes de cerrar sus labios y hacer crujir a los insectos entre sus molares. Una a una, sin pensar, sin siquiera mirarlas. Sin escucharlas agonizar, sin sentirlas retorcerse de miedo sobre su lengua.

Al final de la matanza sólo le quedó la panza llena de linternas extintas y una noche oscura.







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