Apocalipsis
Cayó
la luna. El viento aturdió al tiempo, bailando en torbellinos de polvo y
alientos de moribundos. Desbordó el mar estirando en un largo bostezo sus
brazos el día que al fin despertó. La vegetación vegetativa vejó cada rincón
con su furia destructiva, extendiendo todo su ser por las estructuradas
ciudades, estampándolas de verdes y aromas, ahogando, asfixiando
paredes, subtes, hombres. El suelo se sacudió como si lo que cargase sobre su
lomo ya le hubiera colmado la paciencia. La oscuridad fue compañera del caos. El miedo, susurrante de perniciosos concejos. La muerte y tristeza, hermanas
soberanas.
Ante el fin
inminente, cuando el sol terminó de madurar y se extinguió, a pesar de
todo, sonreí con la sensación de haber vencido a la adversidad.
Había amado y seguía haciéndolo.
El sentir me hacía inmune.
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