Panópticos
El
ventanal abarca todo el largo de la sala. Suspendido en un tercer piso parece
un ojo inmenso. Una fotografía panorámica de dos edificios que están en frente.
Cruzando la calle.
Olvida
las voces de la conferencia y el retumbar del micrófono. La pantalla más allá
del ventanal le permite espiar diferentes escenas. La tarde se oscurece y
algunas ventanas, iluminadas de repente, dejan en evidencia a sus habitantes como si fueran muñecos con vida propia que actúan en la ignorancia de que
alguien más los observa desde el frente. En el segundo piso una mujer discute
con alguien escondido tras la pared. Ve su pelo moverse al ritmo de unas manos
nerviosas, indignadas. Un piso más arriba, a la izquierda, un joven apaga el
velador y se asoma encendiendo un cigarrillo. Su figura pasa a ser denunciada
entonces por el punto rojo que va de su boca al marco donde está apoyado
mirando hacia el vació, hacia la calle.
Encima
del departamento en alquiler, oscuro y sin vida, una joven acaba de llegar, tal
vez de su laburo. Ha encendido todas las luces y se pasea de una ventana a
otra. Al volver de la última nota que sus movimientos son más epilépticos, como
si bailara una música muda. La observa con culpa, maravillada de que la
inocencia de no saber que está siendo observada la lleve a retorcerse feliz y
gritar en silencio mientras comienza a desvestirse y desaparece de escena.
La
mujer de abajo ha dejado de discutir. En esos segundos en que la dejó suspensa,
distraída en los otros, algo dio un evidente giro en la conversación porque al
parecer se ha quedado sin interlocutor y llora hipando mientras cierra las
cortinas.
El
hombre del cigarrillo desapareció. Evidentemente terminó de fumar. O tal vez se
le acabó el pucho y sigue ahí, espiando el mundo. Igual que ella. Tal vez mira
hacia el ventanal del museo donde varias personas están ordenadamente sentadas
mirando hacia adelante con cara de seriedad y grave entendimiento.
Algunas
otras luces se fueron prendiendo, habilitando a su curiosidad nuevos
escenarios, nuevos personajes a los cuales imaginarles arbitrarias biografías.
Pero la amenaza latente de que alguien esté pendiente de su comportamiento en el recuadro del tercer piso la ha llevado a sentarse derecha, mirar
al frente y poner cara circunspecta, de entendimiento y concentración.
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